La fecha en que se descubrió la técnica de fundir el mineral de hierro no es
conocida con exactitud. Los primeros artefactos encontrados por arqueólogos
datan del año 3.000 a. de C. en Egipto.
Los griegos a través de un tratamiento
térmico, endurecían armas de hierro hacia el 1.000 a. de C.
Los primeros artesanos en trabajar el hierro, producían aleaciones que
hoy se clasificarían como hierro
forjado, esto mediante una técnica que implicaba calentar una masa de
mineral de hierro y carbón vegetal en un gran horno con tiro forzado, de esta
manera se reducía el mineral a una masa esponjosa de hierro metálico llena de
una escoria de impurezas metálicas, junto con cenizas de carbón vegetal. Esta
esponja de hierro se retiraba mientras permanecía incandescente, dándole
fuertes golpes con pesados martillos para poder expulsar la escoria y soldar el
hierro. Ocasionalmente esta técnica de fabricación, producía accidentalmente auténtico acero en lugar de hierros
forjado.
A partir del siglo XIV el tamaño de los hornos para la fundición aumentó
considerablemente, al igual que el tiro para forzar el paso de los gases de combustión
para carga o mezcla de materias primas. En estos hornos de mayor tamaño el
mineral de hierro de la parte superior del horno se reducía a hierro metálico y
a continuación absorbía más carbono como resultado de los gases que lo
atravesaban. El producto de estos hornos era el llamado arrabio, una aleación
que funde a una temperatura menor que el acero o el hierro forjado. El arrabio
se refinaba después para fabricar
acero.
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